lunes, 17 de diciembre de 2007

Erase una segunda vez

En el mundo de los animales, un año después de la competición entre la liebre y la tortuga, apareció de nuevo un rayo de esperanza. El último año de la liebre había sido desastroso. De ser la más orgullosa ahora era la más tristona. Era el hazme reír de todo el bosque, mientras veía como la tortuga, antes lenta y andrajosa, elevaba su fama, trataba a los demás como perdedores e insignificantes y se convertía en la imagen de grandes marcas de calzado o de ropa deportiva. Ya no querían a una estúpida liebre. Pero lo que los demás no sabían es que se había estado preparando para competir otra vez, y esta vez no podría fallar. Se había dado cuenta de todos los problemas que le había suscitado la confianza en ganar y había aprendido la lección.
Un día la liebre se armó de valor y habló con ella.
- Me gustaría volver a desafiarte- le dijo a la tortuga pero con la mirada en el suelo.
Hubo un gran silencio, tras el cual, la tortuga elevó la voz:
- Ay mi pobre liebre, has sido víctima de tu propio fracaso y tu confianza por subestimar a tus contrincantes. Me das pena, por eso volveremos a correr otra vez.
La liebre subió la mirada y sonrió. Esa era su última oportunidad para demostrar lo que había aprendido en el último año.
Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera como hicieron el año anterior, y se volvió a señalar los lugares de salida y llegada.
La liebre miraba a la tortuga.
- Suerte.
- Creo que la suerte es para los perdedores – dijo la tortuga como si estuviese oliendo una caca de perro.
La carrera comenzó entre grandes aplausos. La tortuga rápidamente se puso en cabeza. Se notaba que había estado haciendo ejercicio. Pero la liebre no se rendía. Corría y corría pisando los talones a la tortuga.
El final de la carrera estaba cerca, y ambas iban muy igualadas. Pero en el último tramo la tortuga perdió el equilibrio y cayó contra el suelo. La liebre paró en seco a tres metros de la llegada e hizo señas para que los demás animales vieran que la tortuga estaba herida.
Mientras la ambulancia se llevaba a una tortuga con un pequeño rasguño en el caparazón, la liebre se sentó en una piedra y sonrió.
Aquel día había vuelto a aprender una lección que no olvidaría jamás, pero esta vez se sentía orgullosa de verdad.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Un camino de reflexión

Gabriel conducía su furgoneta por una carretera, de esas llenas de baches, charcos y una arena muy fina que se incrusta en los tapacubos y cuesta mucho limpiar. Llevaba una bolita de pelo negro en su regazo que ladraba dulcemente con los movimientos descontrolados del coche. Le habían dicho que era un labrador aunque tenía dos manchitas de color blanco en las patas de atrás.

La otra noche le había querido dar una sorpresa a su mujer Victoria regalándole un perrito como regalo pre-navideño, aunque su verdadera intención era tenerlo él. Le encantaban los animales y nunca encontraba el momento adecuado para tenerlo.
Victoria trabajaba en el bar de la esquina como camarera los días de diario y todas las fiestas. Esa era su excusa.

- No tengo tiempo para estar en casa. ¡Ni tu tampoco! ¿Quién lo cuidará?- decía sin parar.
- Cariño – susurraba Gabriel mientras observaba los grandes ojos azules del animalito- lo cuidaré yo.
- Que no, que no lo vamos a hablar más- gritó Victoria mientras Gabriel le acercaba el perrito para que así ella lo viese más cerca- he dicho que el perro se va fuera y punto.


Lamentándolo mucho, su mujer no había entrado en razón y ahora se encontraba llevando en su furgoneta al perrito e intentando encontrar el refugio más cercano para darlo en adopción.
- No te preocupes pequeñin. Allí te cuidarán bien- le explicaba al cachorro como si éste le pudiese entender de algún modo.- Están acostumbrados a que imbéciles como yo compren perritos sin consultar antes con sus mujeres. Tranquilo.

Gabriel abandonó el camino de tierra y fue a parar a uno de asfalto negro recién puesto con las líneas blancas aun sin pintar. El perrito se acurrucaba entre el jersey de Gabriel quedándose dormido.
- ¿Sabes?- le comentó al cachorro- no he querido ponerte nombre. Perdóname. Quizá porque en el fondo sabia que Victoria no te iba a querer en casa. Sin saber tu nombre me será más fácil dejarte en la perrera y que otros dueños te pongan el nombre que ellos quieran. Aunque pensándolo mejor, lo del nombre no le importo a mi padre cuando nos abandono. Imagínate, un niño de 5 años con una madre de 27.

La furgoneta giró a la izquierda siguiendo las señales correctas, para luego volver a otro camino de arena mojada con una espesa vegetación en los arcenes.

- Pero tú, cachorrín, vas a ser muy feliz. Ya lo verás. Te van a hacer muy feliz tus futuros amos. ¿Sabes? Yo nunca he tenido padre. Me niego a considerar padre a semejante persona. Una persona que es capaz de abandonar.

Con un brusco patinazo de las ruedas, Gabriel frenó la furgoneta haciendo que el perrito se despertase y volviese a gemir.
- Mira, ya hemos llegado- le dijo- aquí es donde van a conseguirte otro dueño mejor que yo. Para que te cuide.
Gabriel se bajó del automóvil con el perrito metido en el abrigo protegiéndolo del frío. Se encaminó hacia la casa refugio siguiendo el letrero de “Recepción” y entró. La calefacción estaba puesta al máximo. Un señor que 3 segundos antes estaba viendo la televisión se levantó y fue hacía Gabriel con una sonrisa.
- ¿En qué puedo ayudarle?
- ¡Hola! Buenos días. Mire es que me he encontrado este perrito cerca de mi casa y mi mujer es alérgica. No sabía donde llevarlo.
- Ha hecho muy bien trayéndolo aquí- dijo el señor-. Rellene este formulario con sus datos, por favor.

Gabriel rellenó los papeles y miró al perrito que aún estaba metido en su abrigo. Era una de esas pequeñas locuras que había hecho sin pensar. Le cogió y lo alzó para poner su cara frente al morrito del cachorro.
- Ya hemos llegado pequeñin. Final del trayecto. Aquí te quedas tú y yo sigo por otro lado, ¿vale?. Pronto una familia te adoptará y te querrá. Sí si. Ya lo verás.

Le tendió al recepcionista el cachorro cuidadosamente mientras se aguantaba las lágrimas apretando los labios. Esperó a ver como el señor con el perro entraba en otra habitación y Gabriel se fue de allí.

Salió al aire libre y entró en la furgoneta. Allí encendió la radio, cerró las puertas y empezó a llorar.

martes, 4 de diciembre de 2007

Como Cada Mañana...

Como cada mañana, el despertador negro y redondo de la mesita de noche de Matthieu sonaba a las siete y media. Como cada mañana, Matthieu salía a la terraza de su habitación, se sentaba en el taburete pintado de blanco hueso y esperaba. Como cada mañana, la ciudad de París despertaba mientras los cansados agentes de bolsa cogían sus coches negros para ir a trabajar al distrito La Dèfense, los estudiantes con largas caras de sueño caminaban para ir al Liceo Louis-Le-Grand, los comerciantes abrían sus boutiques, algunas de ellas con un delicado olor a bollos recién hechos y como cada mañana, Corrinne pasaba por la Rue Sophie Germain, la misma calle en la que vivía Matthieu.

Corinne trabajaba en una boutique de jabones perfumados cerca de la Plaza de la Concordia. Todo había ocurrido aquel día de verano, cuando Matthieu entró en la savonnerie. Fue amor a primera vista. Observó aquellos largos cabellos rubios, esos labios pintados del color de la miel y dos ojos verdes manzana sobre una tez blanca como la nieve rodeados de cientos de pompas. Con un jabón de fraise y otro de menthe bajo el brazo, Matthieu quiso averiguar todo sobre aquella chica que le había devuelto una sonrisa de amor. Sólo tardó tres semanas en descubrir la rutina de Corinne y percatarse que todos los días pasaba por su calle para ir a su jabonería. Sabía su horario: a las 7:46. Era cuando entraba en la rue Sophie Germain por la esquina de la boutique de la fruta. Siempre se quedaba tres segundos mirando detenidamente los racimos de uvas que colgaban de la pared. Siempre. Tras el pequeño parón continuaba caminando y se cruzaba con la anciana del quinto con su bata de estampados y rayas azul cielo que justamente a esa hora daba una vuelta a su beegle. Corinne siempre saludaba a la anciana con una sonrisa y un bonjour!. Tras ese breve encuentro, entraba en la boulangerie y a los tres minutos quince segundos salía con un croisant en la mano, para luego girar a la izquierda y perderse de nuevo en la rue Victor Hugo. Durante esos siete minutos y veinte segundos que Corinne tardaba en atravesar su calle, el mundo de Matthieu giraba en torno a ella.

Como cada mañana, tras ver a Corinne por el balcón, Matthieu se preparaba para un día de rutina como otro cualquiera pero feliz. Tan sólo pensaba en la próxima mañana en que volvería a ver a Corinne y su delicado desfile por Sophie Germaine.

Como cada mañana, el despertador negro y redondo suena: las 7:30. Matthieu se viste y sale al balcón. Se sienta en el taburete y espera. Las 7:46. Corrine entra en la calle. Tres segundos en la frutería. Bonjour a la anciana de la bata. Entra en la pastelería y sale con un croisant recién hecho. Pero entonces ella se para. En seco. “¿Por qué se para?” piensa Matthieu nerviosamente. Ella se da la vuelta y mira hacía la terraza. Matthieu se queda petrificado. Se levanta pero sin perder la mirada de Corinne. Fue allí, en ese preciso momento, cuando ella sonríe y le saluda con un movimiento de la mano derecha. Matthieu responde con la misma acción. Corinne saca un papel doblado del bolsillo de su pantalón y lo deja debajo del banco que está en frente de la pastelería. Se vuelve a dar la vuelta pero antes de perderse en la rue Victor Hugo vuelve a saludar con la mano. Es preciosa.

Como una mañana diferente, Matthieu se prepara para un día de rutina. Sale de su casa y va directamente hacia el banco. Recoge el papel doblado de Corinne y lo lee: “à demain mon Matthieu, á demain!”

miércoles, 28 de noviembre de 2007

El día de Raquel

A Raquel le encantaban los museos, así que pensó que encontraría al hombre de su vida entre las galerías del Thyssen. “En los pasillos del arte contemporáneo”- se dijo en una ocasión. “En la segunda planta”- pensó una segunda vez. Sus pies resonaban a lo largo del suelo del Museo buscando lo que su mejor amiga le había dicho aquella mañana: “Hoy te encontrarás con el hombre de tu vida”. “¡Ya esta!”- exclamó una tercera vez-“seguro que está comprando en la tienda”. Pero allí no encontró a ese amor que tanto añoraba cuando se sentía sola.
Raquel no perdió la esperanza. “Una de mis aficiones es la lectura, por lo tanto le encontraré comprando en la Casa del Libro de Gran Vía”. Pero el príncipe de sus sueños no estaba ni entre las obras de Italo Calvino, ni tampoco leyendo algún libro de poesías de Shakespeare, y por supuesto la sección de libros en versión original quedaba descartada.

La desesperanza de Raquel salió de la librería junto a ella y ambas empezaron a bajar la Gran Vía. Las luces navideñas recorrían toda la calle y supo que se había hecho ilusiones. Seguramente había leído demasiadas novelas o había visto muchas películas donde el hombre era perfecto y el amor envolvía a los enamorados en una nube de colores. Por eso, estaba segura que ese primer encuentro con su hombre ideal estaría cargado de magnetismo y de química y harían saltar chispas hasta en su nuca. Pero nunca se tropezaba con ese sueño. Nunca.
Las puertas del vagón de metro se abrieron de un golpe dejando pasar dentro a Raquel. La gente se agolpaba contra los cristales dejando poco oxigeno que respirar y renovándose cada vez que las puertas se volvían a abrir en cada estación de la línea 3. En una de esas paradas donde la mitad de la gente hace trasbordo, Raquel aprovechó para sentarse. Se quitó el abrigo y dejó su bolso sobre sus piernas. Algo en su interior estaba intranquilo, y es que el traqueteo del metro devolvió a su memoria las palabras que su mejor amiga le había dicho aquella mañana. “¡Qué idiota he sido!” –admitió observando su reflejo en el cristal.

“Final de trayecto”- indicó la megafonía del vagón. Raquel se levantó muy despacio y caminó por el andén. Iba con la mirada hacia abajo, para que no vieran que estaba llorando. No pensó que ese chico de ensueño podría estar entre los viajeros que subían las escaleras mecánicas del metro. No lo pensó. Por eso, no levantó la vista y Miguel pasó por su lado. Él la miró. Ella estaba absorta en sus pensamientos desalentadores y el futuro perfecto que ella tanto anhelaba rozó su hombro y se perdió entre las caras navideñas.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Un día disparatatado como vendedor de aspiradoras a domicilio

- Buenas tardes. ¿Qué tal está? Por favor, túmbese en el sillón rojo. – dijo el psiquiatra señalando con el dedo- No, no. En el grande. Perfecto.

El paciente ojeroso y despeinado se hundió entre los cojines verde escarlata.

- ¿Y bien?- continuó el psiquiatra- Cuénteme. ¿Por qué está aquí?

El paciente enmarañado se inclinó hacia delante, se rascó la oreja y carraspeó fuertemente antes de comenzar a hablar.

- Mire Doctor, voy a intentar ser lo más fiel posible. Pero debe entender que estoy nervioso y es una historia que me cuesta mucho contar – afirmó mientras movía la pierna derecha.

- Tranquilo – sonrió el Doctor – Para eso está aquí.

El paciente volvió a carraspear. Esta vez más fuerte que la anterior.

- Todo comenzó hace tres semanas. Era mi primer día de trabajo como vendedor de aspiradoras a domicilio en la empresa Tirbys. Aunque era mi primera vez, habían puesto a mi disposición un coche para que me pudiese mover de un sitio a otro y un cuaderno con todas las casas que debía visitar. Recuerdo que yo iba con un traje de terciopelo rojo que me había comprado mi madre el día anterior y con todo el pelo engominado hacía atrás. Observé detenidamente la libreta antes de arrancar el coche y me llamó la atención una dirección. Estaba muy cerca de donde me encontraba en ese momento asique decidí que sería la primera visita de la lista.

El paciente tragó saliva y tras 3 segundos de silencio prosiguió su historia mientras el Doctor apuntaba en sus papeles cada gesto y palabra que el hombre decía.

- Una vez llegué al lugar indicado, me bajé del coche. Caminé hacia la puerta con una aspiradora en una mano y un maletín en la otra. Llamé a la puerta con los nudillos y esperé. La puerta se abrió y me recibió una anciana con bata blanca y con un sacacorchos ensangrentado en la mano. La verdad es que también me llamó la atención que la bata que llevaba estaba llena de sangre. La saludé tal y como me habían enseñado: “Hola. Mi nombre es Joseba y tengo el remedio perfecto para que la limpieza en tu hogar no se convierta en todo un infierno”. La mujer sonrió con malicia y me dejó pasar. Durante una milésima de segundo estuve feliz. ¡Era mi primera visita y no me habían cerrado la puerta en las narices! Pero cuando entré dentro de la casa un olor a humedad y a gato muerto me dio una arcada. Estaba todo revuelto y sucio. Parecía que allí hubiese vivido un león y que llevase muerto tres años. Comprendí porqué me había dejado pasar. Comencé a sacar todos los artilugios necesarios para la demostración. Llené el cuarto de tubos, alargadores, enchufes y bolsas de aspirador. La vieja se sentó en una silla en frente de mí y empecé a explicarle el funcionamiento de todo. Mientras tanto ella jugueteaba con el sacacorchos que aún no había soltado y me sonreía. Parecía como si no me estuviese escuchando pero observaba cada movimiento que hacía. Tras treinta minutos de demostración le comenté el precio. “Y por sólo 1.800 euros con facilidad para pagar en cómodas cuotas sin intereses”.

El Doctor levantó la vista de sus hojas garabateadas. Joseba temblaba en el sofá. Sus ojos miraban fijamente al suelo y sonreía nerviosamente.

- Fue entonces… Fue entonces cuando la mujer se levantó de la silla y me preguntó mi nombre. “¿Cómo se llama jovencito?”. Yo pestañee. “Joseba”. “Joseba que más” quiso saber la vieja mientras se metía el sacacorchos en el bolsillo de la bata. Nunca me ha gustado mi nombre y nunca lo decía si podía evitarlo. “ Joseba Cilarte”. La cara de la anciana cambió. Ahora no sonreía. “¿Cómo que sabes vacilarme?”. “ No, no. Es que mi nombre es Joseba Cilarte”. La mujer rebuscó en su bolsillo y sacó el sacacorchos ensangrentado. “Acompáñeme”. Yo pensé que me compraría la aspiradora. Atravesamos el pasillo y abrió una puerta. La habitación estaba oscura y me empujó para que entrase dentro. Seguidamente ella entró, cerró la puerta y encendió la luz. “¿Sabes lo que les hago a las personas que vienen a reírse de mí?”. Las bombillas iluminaron toda la estancia y observé una camilla y una estantería llena de utensilios para cortar y arrancar cosas. Todos llenos de sangre, incluida la sábana de la camilla. Yo quería gritar pero no me salía ninguna palabra. Vi toda mi vida pasar ante mis ojos antes de que ella me pusiese el sacacorchos en la sien. “ Muy bien. ¿ Y ahora quién te vacila?”. Me cogió del cuello con una fuerza sobrehumana, con toda la pena del mundo vi como me rasgaba mi traje de terciopelo. Yo empecé a llorar, no sé si por el miedo, por lo que me diría mi madre cuando viese el traje en aquel estado o simplemente porque creí que iba a morir. “¿Por dónde quieres que te clave esto?”. ¿Cómo me podía decir eso? “ ¡Yo que sé!” le respondí. La verdad es que no sabía en qué parte del cuerpo me dolería menos hasta que sentí una punzada terrible en mi cachete derecho. “¡Ay!” le solté en la cara mientras intentaba abrir la puerta. Cuando por fin gire el pomo empecé chillar, abrí la puerta, corrí por el pasillo hacia la salida y salí al exterior. “¡ Te cogeré cuando menos te lo esperes!”. Ya no me importaba ni sus amenazas, ni la aspiradora que dejaba en el salón de la vieja. Abrí el coche como pude y aceleré.

La lágrimas de Joseba caían sobre su camiseta roñosa.

- Fui a mi trabajo y me dijeron que me lo había inventado para quedarme con una aspiradora gratis. Me despidieron alegando que no había pasado el periodo de prueba. Pero esa no es la razón por la que estoy aquí, ni tampoco he venido por el castigo de mi madre cuando vio mi traje rasgado por delante y por detrás. Desde ese momento no puedo dormir. Veo a esa mujer en mis sueños.

El Doctor dejó los papeles escritos sobre la mesita y se levantó.

- Creo que necesitas la ayuda de alguien más cualificado que yo. Voy a llamar a mi compañera. No te muevas. Volveré enseguida.

Joseba se recostó mientras veía como el doctor abandonaba la habitación y cerraba la puerta. Quiso comerse la uñas pero se dio cuenta que lo próximo sería la carne del dedo asique decidió coger una revista de la mesita. Fue en ese preciso instante cuando lo cio. No podía creer lo que veían sus ojos. El titular del periódico decía “ Se busca asesina en serie. Utiliza un sacacorchos para matar a sus víctimas. Terriblemente peligrosa”, e indudablemente la foto que acompañaba a la noticia era la vieja.

Con las manos temblorosas y a punto de llorar de histeria, Joseba colocó el periódico en su sitio. Su cuerpo se estremecía y se tapó con un cojín verde escarlata cuando oyó como la puerta se abría lentamente con un chirrido que notificaba la falta de aceite en sus bisagras.

- ¿Estás ahí?- dijo una voz mientras un sacacorchos asomaba por la puerta.

lunes, 5 de noviembre de 2007

¿Eres feliz?

Me recosté en el sillón verde de la cafetería. No sabía por qué me había puesto un poco nerviosa. No suelo ser una persona de esas que siempre están pensando lo que tienen que decir a continuación sin dejar volar la improvisación. Pero esta vez debía sumergirme un poco en mi mente y averiguar la respuesta.

- ¿Eres feliz? – me volvió a preguntar María con cara de angustia.

¿Feliz? La verdad es que llevaba unos días en que no sabía qué me estaba pasando. No me gustan los cambios, y todo el mundo que me conozca sabe perfectamente que soy muy susceptible a todo lo que se salga de la rutina. Siempre quiero tener todo bajo control y esta vez la situación se me había escapado de las manos. ¿Y qué si me ha dejado mi novio? ¿Y que si me ha dejado por mi mejor amiga? Si mi destino ha dicho que lo mejor es que me alejara de los dos y emprendiese un rumbo individual será por algo ¿no? Me gusta saber que me espera un nuevo camino. Quizá no es de baldosas amarillas pero seguramente del color de la esperanza sí son. También es normal que en determinados momentos de tu vida te sientas un poco perdida. Sin saber qué hacer. Sin saber qué es lo que va a venir a continuación. Sólo debes esperar y esperar.
¿Soy feliz? Sinceramente no lo sé. O bueno sí lo sé. Es que es difícil basar tu felicidad en instantes concretos. Realmente no tengo verdaderos motivos por los que ser infeliz, e incluso me atrevería a decir que todo lo que ha pasado con Rubén ha sido lo mejor. Si él no me amaba, ¿por qué debía estar conmigo? Y si yo verdaderamente le quiero, debo pensar en su bienestar. Pero por otro lado, también debo pensar un poco en mí. Casi nunca pienso en mí. Siempre estoy anteponiendo las cosas de los demás. Siempre estoy al servicio de los que me rodean. Bueno, pues creo que es hora de pensar un poco en mí misma. Debo ser clara conmigo y decidir qué es lo que mejor me conviene. Ahora que lo pienso. Lo que mejor me conviene es estar sola. Vivir nuevas experiencias con gente nueva, hacer todo lo que quiero sin dar explicaciones a nadie. Tan sólo ser yo. Preocuparme de mis cosas, de mi universidad, de mis amigos, de mi familia. Creo que tengo un gran futuro por delante. Sí. Creo que hoy es el día. Ese día que toda persona espera en su vida. Es como el capítulo de una nueva temporada, como el tercer libro de una saga. Sé que esta vez se van a cumplir todos mis sueños. Eso sí, no debo olvidar de donde vengo ni todo lo que he aprendido porque eso me va a enseñar a enfrentarme a nuevos imprevistos que me surjan en mi nuevo sendero.

- ¿Qué si eres feliz?- repitió María mirándome a los ojos.

- ¿Feliz?- respondí levantándome del sillón – Voy a llamar a Rubén y a darle las gracias.

jueves, 1 de noviembre de 2007

St. James Park

“Hoy es un día de esos” se dijo Marco antes de coger el abrigo y salir de casa corriendo. “Sí. Hoy es un día de esos que necesito caminar”.
A Marco le gustaba vivir en Londres. Toda su vida le había atraído aquel país. Finalmente se había mudado hacía 2 años a la capital inglesa con el motivo de aprender inglés. Pero era mentira, sólo quería escapar de la vida que le tenía en cautiverio cuando vivía en España. Bajó caminando Charing Cross. Con paso ligero atravesó Trafalgar Square, cruzó el paso de cebra y giró a la izquierda en dirección al Palacio de Buckingham. Sin duda su rincón favorito de Londres era St. James Park.

Era 1 de noviembre. Marco echó un vistazo a su alrededor y observó cada uno de los árboles del parque. Esos castaños y nogales que meses atrás estaban repletos de hojas verdes, marrones y amarillas, ahora se alzaban con sus ramas desnudas y frágiles. Hacía frío y Marco se abrochó mejor la bufanda. También se tapó mejor las orejas con el gorro de lana. Llevaba un tiempo prudencial dando vueltas por el camino empedrado cuando decidió sentarse en un banco de madera con vistas al lago. Le encantaban aquellos bancos ingleses. El frío se colaba por sus guantes mientras una joven paseaba a su golden terrier. Pero Marco pareció no darse cuenta y es que se encontraba en lo que a él le gustaba denominar “su burbuja”. Era como si no existiese nadie ni nada. Tan sólo existía él y sus pensamientos.

Desde hacía cuatro años salía con Rocío. Mantenían una relación a distancia desde que él había llegado a Londres. En un principio ella le animó y le dijo que el amor no debía desaparecer si éste era verdadero. En los primeros siete meses parecía que todo iba bien. Intentaban verse una vez al mes como mínimo y sinceramente aprovechaban al máximo sus visitas. Sabían que se amaban y para ellos eso era lo más importante. Pero en los últimos meses su relación había cambiado. “Te noto rara” le había dicho más de una ocasión. “Y yo a ti” le respondía ella. Marco creía que se había cansado de esperarle tanto tiempo. Él sabía que ella no era feliz y se echaba toda la culpa por ello. Al fin y al cabo, él había sido el que había huido para vivir nuevas experiencias.
En aquél banco mientras pequeñas gotas de nieve cubrían de blanco el manto verde del suelo, empezó a recordar todos los momentos buenos que había pasado con Rocío. Eran miles antes de que decidiera ir a Inglaterra . En cambio, se dio cuenta que en los últimos dos años apenas habían disfrutado juntos. “Esto no es una relación” le decía ella. “Debemos poner solución antes de que sea demasiado tarde y nos alejemos más uno del otro”.

Rocío tenía razón. Era una chica increíble y no podía perderla. ¿Qué estaba haciendo con su vida? ¿Prefería aprender inglés y renunciar a una vida llena de felicidad con ella? Debía volver a España cuanto antes y decirle que la amaba. Sí. Eso era lo que tenía que hacer. Debía decirla que no podía vivir sin ella y que se casase con él. Fue entonces cuando las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas convirtiéndose en pequeñas perlas de hielo. Por fin sabía lo que realmente deseaba.

Se levantó del banco y empezó a correr hacía su apartamento. Haría la maleta esa misma noche. No quería perder más tiempo en aquél país sin el amor de su vida.

martes, 30 de octubre de 2007

A ti, Inés

El tiempo nos ha sorprendido juntos y me alegro de ello. He pasado una vida llena de felicidad a tu lado. He sido tu amigo, tu novio, tu esposo y tu amante. No me queda nada que decirte salvo darte las gracias por todo lo que has compartido conmigo.
Recuerdo cuando te conocí aquella noche de luna llena. Era el baile del ayuntamiento y yo estaba sentado mientras miraba a todos los demás cómo se divertían. Y entonces te vi. Llevabas un vestido de lunares blancos sobre fondo rojo. Te ibas riendo con tus amigas y tus ojos se posaron en mí. Se que tu también sentiste un golpe en el corazón. Me sonreíste. Y es que nunca has perdido tu sonrisa. Ni en los momentos más complicados de nuestra vida. Fue difícil para nosotros cuando tu padre se enteró de que estabas conmigo, con un simple granjero. Nunca podré olvidar esa conversación en que nos dijimos que nunca nos abandonaríamos mientras caminábamos entre los girasoles. Nuestras lagrimas brotaban sin cesar. Me recordaste que no importaba ni quién ni qué pasase a nuestro alrededor porque no nos haría separarnos. “Nunca me separare de ti” me dijiste. ¡Qué razón tenias mi amor!
Nos casamos tres años después. A escondidas. En una celebración donde destacaban las flores moradas que tanto te gustaban. Nunca me olvidare de tus ojos aquel día. “Sí quiero” me dijiste en un susurro. Mientras me besabas me seguías diciendo la misma frase. “Si quiero amarte, si quiero amarte, si quiero amarte”. Ese día fue uno de los más felices de mi vida. Pero nuestra felicidad no había terminado ya que dos semanas después de la boda nos enteramos de que íbamos a ser padres. ¡Padres! No me lo podía creer. ¡Íbamos a tener un hijo! Julio nació un mes de verano. El calor era asfixiante y fue cuando decidimos que lo mejor sería irnos a la ciudad. “¿A Madrid?”, me preguntaste intrigada. Yo solo había estado allí una vez pero la capital me pareció el lugar idóneo para emprender nuestra vida juntos. Solo tardamos un mes en organizar todo y realizar el viaje de nuestras vidas.
Nuestros primeros meses allí no fueron cómo esperábamos. Al principio me costó encontrar trabajo pero tuve mucha suerte cuando Don Ignacio me contrato para ser el ayudante de su tienda. Cuando pareció que las cosas nos volvían a sonreír, Dios nos bendijo con otro embarazo. ¿Quién iba a saber que eran gemelas? ¡Vaya sorpresa! Y es que eran buenos tiempos. Mi sueldo nos llegaba un poco justo para los cinco asique encontrar un segundo trabajo fue inevitable. Por las mañanas iba a la tienda de Don Ignacio y por las tardes ayudaba a Don Guillermo en el taller. Aún así, el dinero no era suficiente. Pero tú estabas tan espectacular como siempre y por las tardes dabas clase de bordado a las jóvenes del barrio. Eran pocos honorarios pero suficientes para salir adelante. Y es que lo importante es que éramos muy felices.
En esta tesitura pasaron los años, Julio se hizo mayor y Clara y Begoña se convirtieron en dos chicas preciosas. Un buen día me ofrecieron dirigir el taller, para convertirme poco después en el dueño cuando Don Guillermo se jubiló y decidió cedérmelo a mí. Empezamos a ganar dinero. Recuerdo el momento en que Julio nos pidió una motocicleta para su cumpleaños y yo no se lo pude negar. Tu no querías, pero nunca le habíamos dado ningún capricho. Me decías que era peligroso. Y en verdad no te equivocaste. No es posible borrar de mi memoria el instante fatídico en que nos llamaron por teléfono esa madrugada para decirnos que nuestro hijo había tenido un accidente de coche. Sé que nunca hemos podido superarlo. Se que nunca lo has superado. Pero nuestra unión es lo que nos ha hecho fuertes todos estos años. “Debemos seguir adelante por las gemelas” te decía mientras te abrazaba. “Ahora es cuando nos toca ser fuertes”.
Los años siguieron pasando, y nuestras hijas se casaron. Eran tiempos en que ya empezaba a vislumbrar pequeñas canas en tus cabellos. Notaba como mi cara se empezaba a arrugar. Nos hacíamos viejos. Pero seguíamos juntos, seguíamos amándonos. Cada noche te cogía de la mano y no te soltaba. Estaba tan enamorado de ti que me parecía imposible que lleváramos 25 años.
Nunca olvidaré tu primera sonrisa sincera desde la muerte de Julio. Ese día en que Begoña nos trajo a Julito, nuestro nieto. Te pusiste a llorar cuando supiste que ella le había puesto el nombre de nuestro hijo. Ese día te insufló más vida en el corazón, lo sé. Al nacimiento de nuestro primer nieto, le siguieron los demás: Pablo, Lidia, Elena y Carmen.
Te encantaba que llegase el domingo para que todos vinieran a casa. En esos momentos me mirabas y podía sentir tu alegría, aunque también podía percibir tus lágrimas por la ausencia de Julio.

Eres una mujer increíble, y he pasado contigo casi 57 años. La vida nos ha dado alegrías y nos ha dado las más terribles tristezas. No me imagino una vida sin ti. ¿Qué haría yo? Has sido lo mejor que me ha pasado. Pero ahora ha llegado mi momento. Sé que vas a ser fuerte. Que Begoña y Clara te van a ayudar a sonreír. No te olvides nunca de eso. Ya sabes que yo no me voy para siempre, que te estaré esperando. Arriba. No quiero que te des prisa. Yo mientras tanto te cuidaré lo mejor que pueda, hasta que llegue el momento en que nos volvamos a coger de la mano y saltemos al vacío de la eternidad. Te amo Inés, te amo.

lunes, 22 de octubre de 2007

No y no

“Me haces gracia”- le dijo Estefanía. “¿Crees que si subes otra vez a la noria, volverás a sentir lo mismo?”. “No, No, No” – negó con la cabeza- “Ya lo sabes. Aunque fuera una noria más alta o que parezca que tiene unos engranajes más sofisticados no lo sentirás”. “No, no, no”. “La magia de la primera vez se ha ido”. “¿Sabes?”- dijo mientras se daba la vuelta- “Me haces gracia”.

Un olvido lo tiene cualquiera

Me di cuenta de que se me había olvidado mi nombre. ¿cómo podía ocurrir? Siempre tenía mucha memoria para los nombres. Nunca pensé que se me pudiese ir de la mente el mío. Y es que en esos momentos en que el mundo se para tres segundos, y todo va a cámara lenta, tu cerebro tiene serios problemas en reaccionar.

Pero, como he dicho antes, ese momento sólo duró tres segundos. Luego volví a recordar todo. Sobretodo cada una de las letras de mi nombre. Nunca se me volverá a olvidar.

viernes, 19 de octubre de 2007

Un pequeño cuento con moraleja

Álvaro tenía 21 años recién cumplidos cuando recibió su primera carta. Nunca había escuchado hablar del remitente pero eso no le importó. En ella se incluía un escrito oficial donde le exponían que él iba a ser el nuevo príncipe del reino. Imaginaros la sonrisa de Álvaro cuando supo la buena nueva. Su vida antes de la carta había transcurrido sin sobresaltos importantes y de repente se encontraba ante un nuevo camino lleno de esperanza y alegría. Álvaro estuvo más de medio año ejerciendo de príncipe hasta que un buen día recibió una carta similar a la anterior. Esta vez le comunicaron que debía abandonar el cargo de príncipe. “Ya no te necesitamos más” alegaron. El antiguo príncipe estuvo llorando y anhelando su puesto durante más de un mes. Creía que no volvería a ser el mismo. Que no volvería a encontrar un trabajo como ese. Y es que realmente a él le gustaba ser príncipe. Sabía que no era un trabajo fácil pero no le importaba. A los dos meses, Álvaro recibió una tercera carta. Esta vez notificándole oficialmente que no volvería a ser un príncipe nunca más porque todos los ciudadanos del reino habían decidido que sería el nuevo Rey.

lunes, 15 de octubre de 2007

El recuerdo de Eva

Eva tenía un problema. Cuando caminaba por las calles de Madrid, esperaba el autobús o simplemente viajaba en metro, no perdía detalle de cada persona que pasaba a su alrededor. Era como si intentase reconocer a alguien. Como si esperase que apareciese esa persona que había estado esperando. Sobre todo, le gustaba pasear por la Calle Celeste y quedarse quieta mientras la gente pasaba y de ese modo, poder mirar poco a poco cada una de las caras que pasaban a su alrededor.

Eva no era muy guapa pero sí tenía una sonrisa que cautivaba. Recordaba como esa misma sonrisa había enamorado a un chico. A su novio. A su ex novio. Le conoció mientras esperaban el tren. “El siguiente sale dentro de diez minutos ¿verdad?” le había dicho un chico moreno de gafas mientras Eva leía su libro. Ella sólo pudo sonreír y asentir. Sólo habían pasado juntos 3 meses de su vida desde aquél día en el andén pero lo suficiente como para haber compartido millones de momentos especiales que nunca podrían ser olvidados.

“No busques más” se decía ella misma mientras caminaba “Sería una suerte que te volvieses a encontrar con tu príncipe azul”.

El Olvido de Patricia

Patricia se sentó en su cama y observó el estado de su habitación. Era como estar en la selva. Había raíces por el suelo, troncos bordados con musgo en el parquet e infinidad de flores entre los libros de las estanterías y por el escritorio. Del techo brotaban enredaderas leñosas cuyas ramificaciones llegaban hasta la ventana e impedían que los rayos del sol entrasen por completo, dotando a la estancia de un tono lúgubre y solitario. Por el cabecero de la cama nacían helechos que llegaban hasta la mesita de noche, cubriéndola por completo. Si Patricia decidía abrir un cajón contemplaba como de cada nudo de la madera inicial salían ahora tallos llenos de hojas y flores de color amarillo. Ella odiaba el amarillo.

Patricia podía contar las horas desde que Carlos había decidido dejar la relación. “ Hoy hace 45 días” se dijo para sí misma aquél día. Se había pasado todo ese tiempo encerrada en su habitación sin atreverse a salir. Su único pasatiempo era pensar y repasar cada momento que había pasado con Carlos. Cada vez que aparecía en su mente la idea de volver con él, prosperaba la vegetación de su alrededor, en cambio, cada momento que ella estaba segura de que era lo mejor, parte de las hierbas herbáceas desaparecían intuyéndose en algunas partes lo que antes había sido una pared.

Pero llevaba un tiempo cavilando sobre ella misma. No podía seguir de ese modo. Ya no. El periodo de letargo había llegado a su fin. “Este es el día” susurró “ Los momentos malos han pasado, ahora lo bueno está por llegar”. Así que se levantó de un golpe y se plantó en frente de la ventana arbórea con una sonrisa. En ese momento, la espesa vegetación que conservaba su habitación empezó a desaparecer. Era como si las paredes se tragasen las ramas, las flores se volviesen a esconder entre las vetas de los estantes y la luz inundara un nuevo día. Aún con una sonrisa en la boca, Patricia se percató de que había quedado una flor al lado de su calendario. Era una rosa blanca. La arrancó con delicadeza, abrió una caja de cartón y la metió dentro. Mientras cerraba su caja, Patricia aún conservaba su sonrisa con la última lágrima recorriendo su mejilla.

viernes, 12 de octubre de 2007

Un vaso para este autobús

Virginia no era una chica normal. Tenía siempre el pelo enmarañado pero lo recogía con cientos de horquillas. Su color favorito era el rojo y realmente daba igual el día o el momento porque siempre solía escoger una prenda roja aunque tan solo fuese el carmín de sus labios.

Virginia trabajaba en la tienda “Vasos para todos los casos” situada en el centro de la ciudad. Su vida era monótona y aburrida. Solía sentarse tras el mostrador horas y horas esperando que alguien entrase en la tienda pero nadie hacía sonar los cascabeles azules que estaban colgados encima de la puerta de entrada. Aquel día se había pintado los labios cuatro veces y cuando ya creía que se iba a morir de desesperación los cascabeles sonaron y un hombre menudo entró por la puerta. Parecía muy asustado. Era como si llevase tres días sin dormir debido a las enormes ojeras que le llegaban hasta los pies. Vestía un traje de color verde manzana con una corbata de rayas. Mientras caminaba hacía Virginia, se quitó el sombrero a juego con el traje, se paró un instante ante ella, y tras un largo silencio en el cual a Virginia le dio tiempo a colocarse la camisa de la empresa y su gorra con un vaso colgando el extraño le habló.
- Perdone – dijo con una vocecita de niño.
- ¿Sí?- contesto Virginia con una sonrisa amplia y mostrando todos sus dientes.
- Necesito un vaso
- ¿Qué clase de vaso?
- El más grande que tenga
- Bueno…- respondió Virginia- el más grande que tengo tiene una capacidad de 2 litros.
- No, no, no – repitió el extraño del traje mientras brotaban lágrimas de sus ojeras. – Necesito un vaso donde pueda caber un autobús.
- ¿Un autobús?- Virginia estaba perpleja- ¿No te vale el de 2 litros?
- No, no, no – volvió a repetir el hombre- ¡Me van a matar!
- ¿Quién le va a matar?
- Señorita - dijo el señor mirándola a los ojos – ¿ Alguna vez ha hecho una apuesta que creía que podría cumplir y luego se ha dado cuenta de que era una auténtica locura?
- Ermmm – contestó Virginia mirando hacía el techo.- Creo que no.
- Oiga – gritó el hombre lleno de desesperación- Le daré lo que quiera pero por favor haz que me hagan un vaso donde pueda caber un autobús.
Virginia se quedó pensativa.
- Espere un momento. Ahora vengo – susurró al extraño mientras descorría una cortina detrás del mostrador y se metía en la trastienda.
Allí se sentó en un vaso en forma de taburete, apoyó su mano sobre su mejilla y empezó a pensar. ¿De dónde podría sacar un vaso tan grande? Y de repente la solución apareció en su mente. Salió de la trastienda y se dirigió al extraño del sombrero.
- Tengo la solución. Confía en mí.

El hombre sonrió tímidamente, se secó las lagrimas con la corbata de rayas y asintió. Sin perder un minuto, Virginia cogió su bolso rojo y cerró la tienda.

- Tengo el coche detrás de los contenedores de basura- indicó al hombrecillo que caminaba como un pingüino, con sus piernas cortas y con los brazos pegados al cuerpo.

Virginia y el insólito bajito se montaron en el automóvil rojo. Ella arrancó el coche, cogió el volante con ambas manos y aceleró. Cuando llevaban dos minutos de viaje, Virginia dijo:
- Muy bien. Este es el plan. Usted llama a la persona de la apuesta para que traiga el autobús a la calle Segovia dentro de diez minutos. Creo que nos dará tiempo…
El hombre sacó del bolsillo verde manzana su móvil y tecleó un número de teléfono. Se acercó el auricular a la oreja y después de tres segundo finalmente habló:
- Tengo el vaso. He conseguido el vaso. Dentro de diez minutos trae tu estúpido autobús a la Calle Segovia y veremos quién es el perdedor.
Virginia sonrió. Estaban llegando a la calle indicada. Aparcó el coche delante de unos setos y se bajaron del coche.
- ¿Y bien?- preguntó al hombrecillo. ¿Le parece un vaso lo suficientemente grande para que pueda caber un autobús?
Debido a su estatura, el hombre tuvo que levantar mucho la vista para ver a lo que se refería Virginia. Era una bola rectangular llena de agua con la parte superior abierta que se sostenía encima de una superficie de hormigón. Movió los labios pero no pudo articular ninguna palabra.
- Es un depósito.- explicó Virginia- Aquí es donde se almacena el agua que se suministra a toda la ciudad. Tiene una capacidad de 10.000 litros.
El hombre seguía en trance. Sin decir absolutamente nada. Primero miraba hacia el depósito, luego hacia Virginia, y luego al depósito otra vez. Repitió este movimiento de cabeza tres veces hasta que el pitido de un coche le sobresaltó. Era un vehículo con grandes ruedas y descapotable que aparcó cerca del lugar donde estaban ellos. Virginia entrecerró los ojos para distinguir al personaje que se había bajado. También era bajito pero llevaba una camisa hawaiana y unos pantalones cortos que le dejaban al descubierto los pelos de las piernas. Sin saludar a ninguno de los dos se acercó al depósito. Asintió con la cabeza y empezó a subir por la escalera hacia la abertura superior.
- Veremos si es capaz de sumergir un autobús entero – dijo cuando alcanzó la cima.

La pierna de Virginia se movía al compás de su corazón. El hombrecillo se mordía las uñas mientras miraba a Virginia con el rabillo del ojo. Entonces el hombre del descapotable se metió la mano en el bolsillo, sacó un autobús de juguete y lo tiró al fondo del agua. Tras oír el chof gritó:
- Tenías razón Pete. En un vaso puede caber un autobús.

lunes, 8 de octubre de 2007

Un paseo por las estrellas

- ¡Que no y que no! – repetía continuamente sin atreverme a parpadear. ¡Vuelvo a repetir que no!
Y es que cuando me negaba a algo, nadie en el mundo conseguía hacerme cambiar de opinión. La verdad es que yo no soy una persona tan tozuda como parece pero cuando noto que quién tiene la razón soy yo no soporto que me digan lo contrario. Tan sólo recuerdo una vez en que verdaderamente me equivoqué.

Todo el mundo me decía que en el momento en que me enamorase haría un tour por las estrellas. Mis carcajadas eran de órdago cada vez que alguien me contaba esta absurdidad. ¿te imaginas? Dando una vuelta por la osa mayor, brincando por el cinturón de orión o tomándome algo en la cafetería de la estrella polar.

Pues bien, un día mientras caminaba por la Calle Celeste me quedé paralizado. Hacía mí caminaba una chica preciosa. Se movía con una delicadeza que parecía que el tiempo a su alrededor iba más despacio. Tenía el pelo oscuro y abundante. Jamás en mi vida había visto nada parecido.

Tras ese instante en que mis pulmones se olvidaron de respirar, me armé de valor y la seguí.
Realmente la desconocida caminaba muy deprisa y hubo momentos en que parecía que la hubiese perdido entre el gentío, pero cuando esta desilusión me atacaba siempre volvía a reaparecer como si brotase del suelo.

Me iba chocando con la gente, o más bien iba apartando a la gente para poder ponerme a la altura visual de mi próxima conquista. De repente, vi el momento oportuno para actuar. Me arreglé el pelo con la mano, me puse en frente de ella, la miré con los ojos más apasionados que pude poner y la dije: “Hola. Nunca en mi vida he visto a una chica tan espectacular como tú”.
A continuación todo pasó muy deprisa. A su lado había un hombre. Yo no me había percatado de su presencia hasta que sentí un golpe de nudillos en el ojo izquierdo que hizo que se me desencajase el cerebro.

Entonces todo se volvió negro, y me vi dando una vuelta por la osa mayor, brincando por le cinturón de orión y tomándome un chocolate caliente con churros en la cafetería de la estrella polar. En ese momento lo vi claro, no había ninguna duda. Estaba enamorado.

lunes, 1 de octubre de 2007

En Casa de Herrero cuchillo de Palo

Lo tenia decidido. Muy seguro. Habia estado la noche anterior pensando, una y otra vez, en que le iba a decir y sobretodo como lo iba a hacer. La audiencia con el rey la tenia a las 10 de la mañana. Mire el reloj de la torre. Aun faltaba 1 hora, asique eche un vistazo a mis escritos.

Fue entonces cuando me vino a la mente el motivo de mi profesion. Recuero que todos los niños de mi clase querian construir palacios, otros querian curar gente y otros dedicarse por completo a los servicios de palacio. Yo era el bicho raro, el que no necesitaba estudios. Por eso siempre se reian de mi. ¿ Y que ? respondia yo fuertemente, para que todos me oyeran ¿ y que si quiero ser herrero ?Una vez lei un libro que decia que toda persona sensata debe buscar su sueño. ¡ Pues mi sueño es ser herrero !, le decia continuamente a mi madre.No me entendia. Nadie me entendia.

Y bien, aqui me encuentro yo. Han pasado 30 años desde que abandone el colegio para perseguir ese sueño. Soy feliz, soy el mejor herrero del reino, tan solo habia un minusculo detalle que no entendia.Con esta ultima idea entre en la sala. El rey me miraba con curiosidad. Yo eleve la voz y dije : ¿ Por que en las casas de los herreros solo se pueden utilizar cuchillos de palo ?