- Buenas tardes. ¿Qué tal está? Por favor, túmbese en el sillón rojo. – dijo el psiquiatra señalando con el dedo- No, no. En el grande. Perfecto.
El paciente ojeroso y despeinado se hundió entre los cojines verde escarlata.
- ¿Y bien?- continuó el psiquiatra- Cuénteme. ¿Por qué está aquí?
El paciente enmarañado se inclinó hacia delante, se rascó la oreja y carraspeó fuertemente antes de comenzar a hablar.
- Mire Doctor, voy a intentar ser lo más fiel posible. Pero debe entender que estoy nervioso y es una historia que me cuesta mucho contar – afirmó mientras movía la pierna derecha.
- Tranquilo – sonrió el Doctor – Para eso está aquí.
El paciente volvió a carraspear. Esta vez más fuerte que la anterior.
- Todo comenzó hace tres semanas. Era mi primer día de trabajo como vendedor de aspiradoras a domicilio en la empresa Tirbys. Aunque era mi primera vez, habían puesto a mi disposición un coche para que me pudiese mover de un sitio a otro y un cuaderno con todas las casas que debía visitar. Recuerdo que yo iba con un traje de terciopelo rojo que me había comprado mi madre el día anterior y con todo el pelo engominado hacía atrás. Observé detenidamente la libreta antes de arrancar el coche y me llamó la atención una dirección. Estaba muy cerca de donde me encontraba en ese momento asique decidí que sería la primera visita de la lista.
El paciente tragó saliva y tras 3 segundos de silencio prosiguió su historia mientras el Doctor apuntaba en sus papeles cada gesto y palabra que el hombre decía.
- Una vez llegué al lugar indicado, me bajé del coche. Caminé hacia la puerta con una aspiradora en una mano y un maletín en la otra. Llamé a la puerta con los nudillos y esperé. La puerta se abrió y me recibió una anciana con bata blanca y con un sacacorchos ensangrentado en la mano. La verdad es que también me llamó la atención que la bata que llevaba estaba llena de sangre. La saludé tal y como me habían enseñado: “Hola. Mi nombre es Joseba y tengo el remedio perfecto para que la limpieza en tu hogar no se convierta en todo un infierno”. La mujer sonrió con malicia y me dejó pasar. Durante una milésima de segundo estuve feliz. ¡Era mi primera visita y no me habían cerrado la puerta en las narices! Pero cuando entré dentro de la casa un olor a humedad y a gato muerto me dio una arcada. Estaba todo revuelto y sucio. Parecía que allí hubiese vivido un león y que llevase muerto tres años. Comprendí porqué me había dejado pasar. Comencé a sacar todos los artilugios necesarios para la demostración. Llené el cuarto de tubos, alargadores, enchufes y bolsas de aspirador. La vieja se sentó en una silla en frente de mí y empecé a explicarle el funcionamiento de todo. Mientras tanto ella jugueteaba con el sacacorchos que aún no había soltado y me sonreía. Parecía como si no me estuviese escuchando pero observaba cada movimiento que hacía. Tras treinta minutos de demostración le comenté el precio. “Y por sólo 1.800 euros con facilidad para pagar en cómodas cuotas sin intereses”.
El Doctor levantó la vista de sus hojas garabateadas. Joseba temblaba en el sofá. Sus ojos miraban fijamente al suelo y sonreía nerviosamente.
- Fue entonces… Fue entonces cuando la mujer se levantó de la silla y me preguntó mi nombre. “¿Cómo se llama jovencito?”. Yo pestañee. “Joseba”. “Joseba que más” quiso saber la vieja mientras se metía el sacacorchos en el bolsillo de la bata. Nunca me ha gustado mi nombre y nunca lo decía si podía evitarlo. “ Joseba Cilarte”. La cara de la anciana cambió. Ahora no sonreía. “¿Cómo que sabes vacilarme?”. “ No, no. Es que mi nombre es Joseba Cilarte”. La mujer rebuscó en su bolsillo y sacó el sacacorchos ensangrentado. “Acompáñeme”. Yo pensé que me compraría la aspiradora. Atravesamos el pasillo y abrió una puerta. La habitación estaba oscura y me empujó para que entrase dentro. Seguidamente ella entró, cerró la puerta y encendió la luz. “¿Sabes lo que les hago a las personas que vienen a reírse de mí?”. Las bombillas iluminaron toda la estancia y observé una camilla y una estantería llena de utensilios para cortar y arrancar cosas. Todos llenos de sangre, incluida la sábana de la camilla. Yo quería gritar pero no me salía ninguna palabra. Vi toda mi vida pasar ante mis ojos antes de que ella me pusiese el sacacorchos en la sien. “ Muy bien. ¿ Y ahora quién te vacila?”. Me cogió del cuello con una fuerza sobrehumana, con toda la pena del mundo vi como me rasgaba mi traje de terciopelo. Yo empecé a llorar, no sé si por el miedo, por lo que me diría mi madre cuando viese el traje en aquel estado o simplemente porque creí que iba a morir. “¿Por dónde quieres que te clave esto?”. ¿Cómo me podía decir eso? “ ¡Yo que sé!” le respondí. La verdad es que no sabía en qué parte del cuerpo me dolería menos hasta que sentí una punzada terrible en mi cachete derecho. “¡Ay!” le solté en la cara mientras intentaba abrir la puerta. Cuando por fin gire el pomo empecé chillar, abrí la puerta, corrí por el pasillo hacia la salida y salí al exterior. “¡ Te cogeré cuando menos te lo esperes!”. Ya no me importaba ni sus amenazas, ni la aspiradora que dejaba en el salón de la vieja. Abrí el coche como pude y aceleré.
La lágrimas de Joseba caían sobre su camiseta roñosa.
- Fui a mi trabajo y me dijeron que me lo había inventado para quedarme con una aspiradora gratis. Me despidieron alegando que no había pasado el periodo de prueba. Pero esa no es la razón por la que estoy aquí, ni tampoco he venido por el castigo de mi madre cuando vio mi traje rasgado por delante y por detrás. Desde ese momento no puedo dormir. Veo a esa mujer en mis sueños.
El Doctor dejó los papeles escritos sobre la mesita y se levantó.
- Creo que necesitas la ayuda de alguien más cualificado que yo. Voy a llamar a mi compañera. No te muevas. Volveré enseguida.
Joseba se recostó mientras veía como el doctor abandonaba la habitación y cerraba la puerta. Quiso comerse la uñas pero se dio cuenta que lo próximo sería la carne del dedo asique decidió coger una revista de la mesita. Fue en ese preciso instante cuando lo cio. No podía creer lo que veían sus ojos. El titular del periódico decía “ Se busca asesina en serie. Utiliza un sacacorchos para matar a sus víctimas. Terriblemente peligrosa”, e indudablemente la foto que acompañaba a la noticia era la vieja.
Con las manos temblorosas y a punto de llorar de histeria, Joseba colocó el periódico en su sitio. Su cuerpo se estremecía y se tapó con un cojín verde escarlata cuando oyó como la puerta se abría lentamente con un chirrido que notificaba la falta de aceite en sus bisagras.
- ¿Estás ahí?- dijo una voz mientras un sacacorchos asomaba por la puerta.
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