lunes, 17 de diciembre de 2007

Erase una segunda vez

En el mundo de los animales, un año después de la competición entre la liebre y la tortuga, apareció de nuevo un rayo de esperanza. El último año de la liebre había sido desastroso. De ser la más orgullosa ahora era la más tristona. Era el hazme reír de todo el bosque, mientras veía como la tortuga, antes lenta y andrajosa, elevaba su fama, trataba a los demás como perdedores e insignificantes y se convertía en la imagen de grandes marcas de calzado o de ropa deportiva. Ya no querían a una estúpida liebre. Pero lo que los demás no sabían es que se había estado preparando para competir otra vez, y esta vez no podría fallar. Se había dado cuenta de todos los problemas que le había suscitado la confianza en ganar y había aprendido la lección.
Un día la liebre se armó de valor y habló con ella.
- Me gustaría volver a desafiarte- le dijo a la tortuga pero con la mirada en el suelo.
Hubo un gran silencio, tras el cual, la tortuga elevó la voz:
- Ay mi pobre liebre, has sido víctima de tu propio fracaso y tu confianza por subestimar a tus contrincantes. Me das pena, por eso volveremos a correr otra vez.
La liebre subió la mirada y sonrió. Esa era su última oportunidad para demostrar lo que había aprendido en el último año.
Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera como hicieron el año anterior, y se volvió a señalar los lugares de salida y llegada.
La liebre miraba a la tortuga.
- Suerte.
- Creo que la suerte es para los perdedores – dijo la tortuga como si estuviese oliendo una caca de perro.
La carrera comenzó entre grandes aplausos. La tortuga rápidamente se puso en cabeza. Se notaba que había estado haciendo ejercicio. Pero la liebre no se rendía. Corría y corría pisando los talones a la tortuga.
El final de la carrera estaba cerca, y ambas iban muy igualadas. Pero en el último tramo la tortuga perdió el equilibrio y cayó contra el suelo. La liebre paró en seco a tres metros de la llegada e hizo señas para que los demás animales vieran que la tortuga estaba herida.
Mientras la ambulancia se llevaba a una tortuga con un pequeño rasguño en el caparazón, la liebre se sentó en una piedra y sonrió.
Aquel día había vuelto a aprender una lección que no olvidaría jamás, pero esta vez se sentía orgullosa de verdad.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Un camino de reflexión

Gabriel conducía su furgoneta por una carretera, de esas llenas de baches, charcos y una arena muy fina que se incrusta en los tapacubos y cuesta mucho limpiar. Llevaba una bolita de pelo negro en su regazo que ladraba dulcemente con los movimientos descontrolados del coche. Le habían dicho que era un labrador aunque tenía dos manchitas de color blanco en las patas de atrás.

La otra noche le había querido dar una sorpresa a su mujer Victoria regalándole un perrito como regalo pre-navideño, aunque su verdadera intención era tenerlo él. Le encantaban los animales y nunca encontraba el momento adecuado para tenerlo.
Victoria trabajaba en el bar de la esquina como camarera los días de diario y todas las fiestas. Esa era su excusa.

- No tengo tiempo para estar en casa. ¡Ni tu tampoco! ¿Quién lo cuidará?- decía sin parar.
- Cariño – susurraba Gabriel mientras observaba los grandes ojos azules del animalito- lo cuidaré yo.
- Que no, que no lo vamos a hablar más- gritó Victoria mientras Gabriel le acercaba el perrito para que así ella lo viese más cerca- he dicho que el perro se va fuera y punto.


Lamentándolo mucho, su mujer no había entrado en razón y ahora se encontraba llevando en su furgoneta al perrito e intentando encontrar el refugio más cercano para darlo en adopción.
- No te preocupes pequeñin. Allí te cuidarán bien- le explicaba al cachorro como si éste le pudiese entender de algún modo.- Están acostumbrados a que imbéciles como yo compren perritos sin consultar antes con sus mujeres. Tranquilo.

Gabriel abandonó el camino de tierra y fue a parar a uno de asfalto negro recién puesto con las líneas blancas aun sin pintar. El perrito se acurrucaba entre el jersey de Gabriel quedándose dormido.
- ¿Sabes?- le comentó al cachorro- no he querido ponerte nombre. Perdóname. Quizá porque en el fondo sabia que Victoria no te iba a querer en casa. Sin saber tu nombre me será más fácil dejarte en la perrera y que otros dueños te pongan el nombre que ellos quieran. Aunque pensándolo mejor, lo del nombre no le importo a mi padre cuando nos abandono. Imagínate, un niño de 5 años con una madre de 27.

La furgoneta giró a la izquierda siguiendo las señales correctas, para luego volver a otro camino de arena mojada con una espesa vegetación en los arcenes.

- Pero tú, cachorrín, vas a ser muy feliz. Ya lo verás. Te van a hacer muy feliz tus futuros amos. ¿Sabes? Yo nunca he tenido padre. Me niego a considerar padre a semejante persona. Una persona que es capaz de abandonar.

Con un brusco patinazo de las ruedas, Gabriel frenó la furgoneta haciendo que el perrito se despertase y volviese a gemir.
- Mira, ya hemos llegado- le dijo- aquí es donde van a conseguirte otro dueño mejor que yo. Para que te cuide.
Gabriel se bajó del automóvil con el perrito metido en el abrigo protegiéndolo del frío. Se encaminó hacia la casa refugio siguiendo el letrero de “Recepción” y entró. La calefacción estaba puesta al máximo. Un señor que 3 segundos antes estaba viendo la televisión se levantó y fue hacía Gabriel con una sonrisa.
- ¿En qué puedo ayudarle?
- ¡Hola! Buenos días. Mire es que me he encontrado este perrito cerca de mi casa y mi mujer es alérgica. No sabía donde llevarlo.
- Ha hecho muy bien trayéndolo aquí- dijo el señor-. Rellene este formulario con sus datos, por favor.

Gabriel rellenó los papeles y miró al perrito que aún estaba metido en su abrigo. Era una de esas pequeñas locuras que había hecho sin pensar. Le cogió y lo alzó para poner su cara frente al morrito del cachorro.
- Ya hemos llegado pequeñin. Final del trayecto. Aquí te quedas tú y yo sigo por otro lado, ¿vale?. Pronto una familia te adoptará y te querrá. Sí si. Ya lo verás.

Le tendió al recepcionista el cachorro cuidadosamente mientras se aguantaba las lágrimas apretando los labios. Esperó a ver como el señor con el perro entraba en otra habitación y Gabriel se fue de allí.

Salió al aire libre y entró en la furgoneta. Allí encendió la radio, cerró las puertas y empezó a llorar.

martes, 4 de diciembre de 2007

Como Cada Mañana...

Como cada mañana, el despertador negro y redondo de la mesita de noche de Matthieu sonaba a las siete y media. Como cada mañana, Matthieu salía a la terraza de su habitación, se sentaba en el taburete pintado de blanco hueso y esperaba. Como cada mañana, la ciudad de París despertaba mientras los cansados agentes de bolsa cogían sus coches negros para ir a trabajar al distrito La Dèfense, los estudiantes con largas caras de sueño caminaban para ir al Liceo Louis-Le-Grand, los comerciantes abrían sus boutiques, algunas de ellas con un delicado olor a bollos recién hechos y como cada mañana, Corrinne pasaba por la Rue Sophie Germain, la misma calle en la que vivía Matthieu.

Corinne trabajaba en una boutique de jabones perfumados cerca de la Plaza de la Concordia. Todo había ocurrido aquel día de verano, cuando Matthieu entró en la savonnerie. Fue amor a primera vista. Observó aquellos largos cabellos rubios, esos labios pintados del color de la miel y dos ojos verdes manzana sobre una tez blanca como la nieve rodeados de cientos de pompas. Con un jabón de fraise y otro de menthe bajo el brazo, Matthieu quiso averiguar todo sobre aquella chica que le había devuelto una sonrisa de amor. Sólo tardó tres semanas en descubrir la rutina de Corinne y percatarse que todos los días pasaba por su calle para ir a su jabonería. Sabía su horario: a las 7:46. Era cuando entraba en la rue Sophie Germain por la esquina de la boutique de la fruta. Siempre se quedaba tres segundos mirando detenidamente los racimos de uvas que colgaban de la pared. Siempre. Tras el pequeño parón continuaba caminando y se cruzaba con la anciana del quinto con su bata de estampados y rayas azul cielo que justamente a esa hora daba una vuelta a su beegle. Corinne siempre saludaba a la anciana con una sonrisa y un bonjour!. Tras ese breve encuentro, entraba en la boulangerie y a los tres minutos quince segundos salía con un croisant en la mano, para luego girar a la izquierda y perderse de nuevo en la rue Victor Hugo. Durante esos siete minutos y veinte segundos que Corinne tardaba en atravesar su calle, el mundo de Matthieu giraba en torno a ella.

Como cada mañana, tras ver a Corinne por el balcón, Matthieu se preparaba para un día de rutina como otro cualquiera pero feliz. Tan sólo pensaba en la próxima mañana en que volvería a ver a Corinne y su delicado desfile por Sophie Germaine.

Como cada mañana, el despertador negro y redondo suena: las 7:30. Matthieu se viste y sale al balcón. Se sienta en el taburete y espera. Las 7:46. Corrine entra en la calle. Tres segundos en la frutería. Bonjour a la anciana de la bata. Entra en la pastelería y sale con un croisant recién hecho. Pero entonces ella se para. En seco. “¿Por qué se para?” piensa Matthieu nerviosamente. Ella se da la vuelta y mira hacía la terraza. Matthieu se queda petrificado. Se levanta pero sin perder la mirada de Corinne. Fue allí, en ese preciso momento, cuando ella sonríe y le saluda con un movimiento de la mano derecha. Matthieu responde con la misma acción. Corinne saca un papel doblado del bolsillo de su pantalón y lo deja debajo del banco que está en frente de la pastelería. Se vuelve a dar la vuelta pero antes de perderse en la rue Victor Hugo vuelve a saludar con la mano. Es preciosa.

Como una mañana diferente, Matthieu se prepara para un día de rutina. Sale de su casa y va directamente hacia el banco. Recoge el papel doblado de Corinne y lo lee: “à demain mon Matthieu, á demain!”