miércoles, 28 de noviembre de 2007

El día de Raquel

A Raquel le encantaban los museos, así que pensó que encontraría al hombre de su vida entre las galerías del Thyssen. “En los pasillos del arte contemporáneo”- se dijo en una ocasión. “En la segunda planta”- pensó una segunda vez. Sus pies resonaban a lo largo del suelo del Museo buscando lo que su mejor amiga le había dicho aquella mañana: “Hoy te encontrarás con el hombre de tu vida”. “¡Ya esta!”- exclamó una tercera vez-“seguro que está comprando en la tienda”. Pero allí no encontró a ese amor que tanto añoraba cuando se sentía sola.
Raquel no perdió la esperanza. “Una de mis aficiones es la lectura, por lo tanto le encontraré comprando en la Casa del Libro de Gran Vía”. Pero el príncipe de sus sueños no estaba ni entre las obras de Italo Calvino, ni tampoco leyendo algún libro de poesías de Shakespeare, y por supuesto la sección de libros en versión original quedaba descartada.

La desesperanza de Raquel salió de la librería junto a ella y ambas empezaron a bajar la Gran Vía. Las luces navideñas recorrían toda la calle y supo que se había hecho ilusiones. Seguramente había leído demasiadas novelas o había visto muchas películas donde el hombre era perfecto y el amor envolvía a los enamorados en una nube de colores. Por eso, estaba segura que ese primer encuentro con su hombre ideal estaría cargado de magnetismo y de química y harían saltar chispas hasta en su nuca. Pero nunca se tropezaba con ese sueño. Nunca.
Las puertas del vagón de metro se abrieron de un golpe dejando pasar dentro a Raquel. La gente se agolpaba contra los cristales dejando poco oxigeno que respirar y renovándose cada vez que las puertas se volvían a abrir en cada estación de la línea 3. En una de esas paradas donde la mitad de la gente hace trasbordo, Raquel aprovechó para sentarse. Se quitó el abrigo y dejó su bolso sobre sus piernas. Algo en su interior estaba intranquilo, y es que el traqueteo del metro devolvió a su memoria las palabras que su mejor amiga le había dicho aquella mañana. “¡Qué idiota he sido!” –admitió observando su reflejo en el cristal.

“Final de trayecto”- indicó la megafonía del vagón. Raquel se levantó muy despacio y caminó por el andén. Iba con la mirada hacia abajo, para que no vieran que estaba llorando. No pensó que ese chico de ensueño podría estar entre los viajeros que subían las escaleras mecánicas del metro. No lo pensó. Por eso, no levantó la vista y Miguel pasó por su lado. Él la miró. Ella estaba absorta en sus pensamientos desalentadores y el futuro perfecto que ella tanto anhelaba rozó su hombro y se perdió entre las caras navideñas.

1 comentario:

Mariposa dijo...

Espero no estar llorand cuando pase por mi lado. I love you amiguito!!
Muaka!