jueves, 1 de noviembre de 2007

St. James Park

“Hoy es un día de esos” se dijo Marco antes de coger el abrigo y salir de casa corriendo. “Sí. Hoy es un día de esos que necesito caminar”.
A Marco le gustaba vivir en Londres. Toda su vida le había atraído aquel país. Finalmente se había mudado hacía 2 años a la capital inglesa con el motivo de aprender inglés. Pero era mentira, sólo quería escapar de la vida que le tenía en cautiverio cuando vivía en España. Bajó caminando Charing Cross. Con paso ligero atravesó Trafalgar Square, cruzó el paso de cebra y giró a la izquierda en dirección al Palacio de Buckingham. Sin duda su rincón favorito de Londres era St. James Park.

Era 1 de noviembre. Marco echó un vistazo a su alrededor y observó cada uno de los árboles del parque. Esos castaños y nogales que meses atrás estaban repletos de hojas verdes, marrones y amarillas, ahora se alzaban con sus ramas desnudas y frágiles. Hacía frío y Marco se abrochó mejor la bufanda. También se tapó mejor las orejas con el gorro de lana. Llevaba un tiempo prudencial dando vueltas por el camino empedrado cuando decidió sentarse en un banco de madera con vistas al lago. Le encantaban aquellos bancos ingleses. El frío se colaba por sus guantes mientras una joven paseaba a su golden terrier. Pero Marco pareció no darse cuenta y es que se encontraba en lo que a él le gustaba denominar “su burbuja”. Era como si no existiese nadie ni nada. Tan sólo existía él y sus pensamientos.

Desde hacía cuatro años salía con Rocío. Mantenían una relación a distancia desde que él había llegado a Londres. En un principio ella le animó y le dijo que el amor no debía desaparecer si éste era verdadero. En los primeros siete meses parecía que todo iba bien. Intentaban verse una vez al mes como mínimo y sinceramente aprovechaban al máximo sus visitas. Sabían que se amaban y para ellos eso era lo más importante. Pero en los últimos meses su relación había cambiado. “Te noto rara” le había dicho más de una ocasión. “Y yo a ti” le respondía ella. Marco creía que se había cansado de esperarle tanto tiempo. Él sabía que ella no era feliz y se echaba toda la culpa por ello. Al fin y al cabo, él había sido el que había huido para vivir nuevas experiencias.
En aquél banco mientras pequeñas gotas de nieve cubrían de blanco el manto verde del suelo, empezó a recordar todos los momentos buenos que había pasado con Rocío. Eran miles antes de que decidiera ir a Inglaterra . En cambio, se dio cuenta que en los últimos dos años apenas habían disfrutado juntos. “Esto no es una relación” le decía ella. “Debemos poner solución antes de que sea demasiado tarde y nos alejemos más uno del otro”.

Rocío tenía razón. Era una chica increíble y no podía perderla. ¿Qué estaba haciendo con su vida? ¿Prefería aprender inglés y renunciar a una vida llena de felicidad con ella? Debía volver a España cuanto antes y decirle que la amaba. Sí. Eso era lo que tenía que hacer. Debía decirla que no podía vivir sin ella y que se casase con él. Fue entonces cuando las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas convirtiéndose en pequeñas perlas de hielo. Por fin sabía lo que realmente deseaba.

Se levantó del banco y empezó a correr hacía su apartamento. Haría la maleta esa misma noche. No quería perder más tiempo en aquél país sin el amor de su vida.

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