martes, 4 de diciembre de 2007

Como Cada Mañana...

Como cada mañana, el despertador negro y redondo de la mesita de noche de Matthieu sonaba a las siete y media. Como cada mañana, Matthieu salía a la terraza de su habitación, se sentaba en el taburete pintado de blanco hueso y esperaba. Como cada mañana, la ciudad de París despertaba mientras los cansados agentes de bolsa cogían sus coches negros para ir a trabajar al distrito La Dèfense, los estudiantes con largas caras de sueño caminaban para ir al Liceo Louis-Le-Grand, los comerciantes abrían sus boutiques, algunas de ellas con un delicado olor a bollos recién hechos y como cada mañana, Corrinne pasaba por la Rue Sophie Germain, la misma calle en la que vivía Matthieu.

Corinne trabajaba en una boutique de jabones perfumados cerca de la Plaza de la Concordia. Todo había ocurrido aquel día de verano, cuando Matthieu entró en la savonnerie. Fue amor a primera vista. Observó aquellos largos cabellos rubios, esos labios pintados del color de la miel y dos ojos verdes manzana sobre una tez blanca como la nieve rodeados de cientos de pompas. Con un jabón de fraise y otro de menthe bajo el brazo, Matthieu quiso averiguar todo sobre aquella chica que le había devuelto una sonrisa de amor. Sólo tardó tres semanas en descubrir la rutina de Corinne y percatarse que todos los días pasaba por su calle para ir a su jabonería. Sabía su horario: a las 7:46. Era cuando entraba en la rue Sophie Germain por la esquina de la boutique de la fruta. Siempre se quedaba tres segundos mirando detenidamente los racimos de uvas que colgaban de la pared. Siempre. Tras el pequeño parón continuaba caminando y se cruzaba con la anciana del quinto con su bata de estampados y rayas azul cielo que justamente a esa hora daba una vuelta a su beegle. Corinne siempre saludaba a la anciana con una sonrisa y un bonjour!. Tras ese breve encuentro, entraba en la boulangerie y a los tres minutos quince segundos salía con un croisant en la mano, para luego girar a la izquierda y perderse de nuevo en la rue Victor Hugo. Durante esos siete minutos y veinte segundos que Corinne tardaba en atravesar su calle, el mundo de Matthieu giraba en torno a ella.

Como cada mañana, tras ver a Corinne por el balcón, Matthieu se preparaba para un día de rutina como otro cualquiera pero feliz. Tan sólo pensaba en la próxima mañana en que volvería a ver a Corinne y su delicado desfile por Sophie Germaine.

Como cada mañana, el despertador negro y redondo suena: las 7:30. Matthieu se viste y sale al balcón. Se sienta en el taburete y espera. Las 7:46. Corrine entra en la calle. Tres segundos en la frutería. Bonjour a la anciana de la bata. Entra en la pastelería y sale con un croisant recién hecho. Pero entonces ella se para. En seco. “¿Por qué se para?” piensa Matthieu nerviosamente. Ella se da la vuelta y mira hacía la terraza. Matthieu se queda petrificado. Se levanta pero sin perder la mirada de Corinne. Fue allí, en ese preciso momento, cuando ella sonríe y le saluda con un movimiento de la mano derecha. Matthieu responde con la misma acción. Corinne saca un papel doblado del bolsillo de su pantalón y lo deja debajo del banco que está en frente de la pastelería. Se vuelve a dar la vuelta pero antes de perderse en la rue Victor Hugo vuelve a saludar con la mano. Es preciosa.

Como una mañana diferente, Matthieu se prepara para un día de rutina. Sale de su casa y va directamente hacia el banco. Recoge el papel doblado de Corinne y lo lee: “à demain mon Matthieu, á demain!”

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