viernes, 14 de diciembre de 2007

Un camino de reflexión

Gabriel conducía su furgoneta por una carretera, de esas llenas de baches, charcos y una arena muy fina que se incrusta en los tapacubos y cuesta mucho limpiar. Llevaba una bolita de pelo negro en su regazo que ladraba dulcemente con los movimientos descontrolados del coche. Le habían dicho que era un labrador aunque tenía dos manchitas de color blanco en las patas de atrás.

La otra noche le había querido dar una sorpresa a su mujer Victoria regalándole un perrito como regalo pre-navideño, aunque su verdadera intención era tenerlo él. Le encantaban los animales y nunca encontraba el momento adecuado para tenerlo.
Victoria trabajaba en el bar de la esquina como camarera los días de diario y todas las fiestas. Esa era su excusa.

- No tengo tiempo para estar en casa. ¡Ni tu tampoco! ¿Quién lo cuidará?- decía sin parar.
- Cariño – susurraba Gabriel mientras observaba los grandes ojos azules del animalito- lo cuidaré yo.
- Que no, que no lo vamos a hablar más- gritó Victoria mientras Gabriel le acercaba el perrito para que así ella lo viese más cerca- he dicho que el perro se va fuera y punto.


Lamentándolo mucho, su mujer no había entrado en razón y ahora se encontraba llevando en su furgoneta al perrito e intentando encontrar el refugio más cercano para darlo en adopción.
- No te preocupes pequeñin. Allí te cuidarán bien- le explicaba al cachorro como si éste le pudiese entender de algún modo.- Están acostumbrados a que imbéciles como yo compren perritos sin consultar antes con sus mujeres. Tranquilo.

Gabriel abandonó el camino de tierra y fue a parar a uno de asfalto negro recién puesto con las líneas blancas aun sin pintar. El perrito se acurrucaba entre el jersey de Gabriel quedándose dormido.
- ¿Sabes?- le comentó al cachorro- no he querido ponerte nombre. Perdóname. Quizá porque en el fondo sabia que Victoria no te iba a querer en casa. Sin saber tu nombre me será más fácil dejarte en la perrera y que otros dueños te pongan el nombre que ellos quieran. Aunque pensándolo mejor, lo del nombre no le importo a mi padre cuando nos abandono. Imagínate, un niño de 5 años con una madre de 27.

La furgoneta giró a la izquierda siguiendo las señales correctas, para luego volver a otro camino de arena mojada con una espesa vegetación en los arcenes.

- Pero tú, cachorrín, vas a ser muy feliz. Ya lo verás. Te van a hacer muy feliz tus futuros amos. ¿Sabes? Yo nunca he tenido padre. Me niego a considerar padre a semejante persona. Una persona que es capaz de abandonar.

Con un brusco patinazo de las ruedas, Gabriel frenó la furgoneta haciendo que el perrito se despertase y volviese a gemir.
- Mira, ya hemos llegado- le dijo- aquí es donde van a conseguirte otro dueño mejor que yo. Para que te cuide.
Gabriel se bajó del automóvil con el perrito metido en el abrigo protegiéndolo del frío. Se encaminó hacia la casa refugio siguiendo el letrero de “Recepción” y entró. La calefacción estaba puesta al máximo. Un señor que 3 segundos antes estaba viendo la televisión se levantó y fue hacía Gabriel con una sonrisa.
- ¿En qué puedo ayudarle?
- ¡Hola! Buenos días. Mire es que me he encontrado este perrito cerca de mi casa y mi mujer es alérgica. No sabía donde llevarlo.
- Ha hecho muy bien trayéndolo aquí- dijo el señor-. Rellene este formulario con sus datos, por favor.

Gabriel rellenó los papeles y miró al perrito que aún estaba metido en su abrigo. Era una de esas pequeñas locuras que había hecho sin pensar. Le cogió y lo alzó para poner su cara frente al morrito del cachorro.
- Ya hemos llegado pequeñin. Final del trayecto. Aquí te quedas tú y yo sigo por otro lado, ¿vale?. Pronto una familia te adoptará y te querrá. Sí si. Ya lo verás.

Le tendió al recepcionista el cachorro cuidadosamente mientras se aguantaba las lágrimas apretando los labios. Esperó a ver como el señor con el perro entraba en otra habitación y Gabriel se fue de allí.

Salió al aire libre y entró en la furgoneta. Allí encendió la radio, cerró las puertas y empezó a llorar.

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