martes, 30 de octubre de 2007

A ti, Inés

El tiempo nos ha sorprendido juntos y me alegro de ello. He pasado una vida llena de felicidad a tu lado. He sido tu amigo, tu novio, tu esposo y tu amante. No me queda nada que decirte salvo darte las gracias por todo lo que has compartido conmigo.
Recuerdo cuando te conocí aquella noche de luna llena. Era el baile del ayuntamiento y yo estaba sentado mientras miraba a todos los demás cómo se divertían. Y entonces te vi. Llevabas un vestido de lunares blancos sobre fondo rojo. Te ibas riendo con tus amigas y tus ojos se posaron en mí. Se que tu también sentiste un golpe en el corazón. Me sonreíste. Y es que nunca has perdido tu sonrisa. Ni en los momentos más complicados de nuestra vida. Fue difícil para nosotros cuando tu padre se enteró de que estabas conmigo, con un simple granjero. Nunca podré olvidar esa conversación en que nos dijimos que nunca nos abandonaríamos mientras caminábamos entre los girasoles. Nuestras lagrimas brotaban sin cesar. Me recordaste que no importaba ni quién ni qué pasase a nuestro alrededor porque no nos haría separarnos. “Nunca me separare de ti” me dijiste. ¡Qué razón tenias mi amor!
Nos casamos tres años después. A escondidas. En una celebración donde destacaban las flores moradas que tanto te gustaban. Nunca me olvidare de tus ojos aquel día. “Sí quiero” me dijiste en un susurro. Mientras me besabas me seguías diciendo la misma frase. “Si quiero amarte, si quiero amarte, si quiero amarte”. Ese día fue uno de los más felices de mi vida. Pero nuestra felicidad no había terminado ya que dos semanas después de la boda nos enteramos de que íbamos a ser padres. ¡Padres! No me lo podía creer. ¡Íbamos a tener un hijo! Julio nació un mes de verano. El calor era asfixiante y fue cuando decidimos que lo mejor sería irnos a la ciudad. “¿A Madrid?”, me preguntaste intrigada. Yo solo había estado allí una vez pero la capital me pareció el lugar idóneo para emprender nuestra vida juntos. Solo tardamos un mes en organizar todo y realizar el viaje de nuestras vidas.
Nuestros primeros meses allí no fueron cómo esperábamos. Al principio me costó encontrar trabajo pero tuve mucha suerte cuando Don Ignacio me contrato para ser el ayudante de su tienda. Cuando pareció que las cosas nos volvían a sonreír, Dios nos bendijo con otro embarazo. ¿Quién iba a saber que eran gemelas? ¡Vaya sorpresa! Y es que eran buenos tiempos. Mi sueldo nos llegaba un poco justo para los cinco asique encontrar un segundo trabajo fue inevitable. Por las mañanas iba a la tienda de Don Ignacio y por las tardes ayudaba a Don Guillermo en el taller. Aún así, el dinero no era suficiente. Pero tú estabas tan espectacular como siempre y por las tardes dabas clase de bordado a las jóvenes del barrio. Eran pocos honorarios pero suficientes para salir adelante. Y es que lo importante es que éramos muy felices.
En esta tesitura pasaron los años, Julio se hizo mayor y Clara y Begoña se convirtieron en dos chicas preciosas. Un buen día me ofrecieron dirigir el taller, para convertirme poco después en el dueño cuando Don Guillermo se jubiló y decidió cedérmelo a mí. Empezamos a ganar dinero. Recuerdo el momento en que Julio nos pidió una motocicleta para su cumpleaños y yo no se lo pude negar. Tu no querías, pero nunca le habíamos dado ningún capricho. Me decías que era peligroso. Y en verdad no te equivocaste. No es posible borrar de mi memoria el instante fatídico en que nos llamaron por teléfono esa madrugada para decirnos que nuestro hijo había tenido un accidente de coche. Sé que nunca hemos podido superarlo. Se que nunca lo has superado. Pero nuestra unión es lo que nos ha hecho fuertes todos estos años. “Debemos seguir adelante por las gemelas” te decía mientras te abrazaba. “Ahora es cuando nos toca ser fuertes”.
Los años siguieron pasando, y nuestras hijas se casaron. Eran tiempos en que ya empezaba a vislumbrar pequeñas canas en tus cabellos. Notaba como mi cara se empezaba a arrugar. Nos hacíamos viejos. Pero seguíamos juntos, seguíamos amándonos. Cada noche te cogía de la mano y no te soltaba. Estaba tan enamorado de ti que me parecía imposible que lleváramos 25 años.
Nunca olvidaré tu primera sonrisa sincera desde la muerte de Julio. Ese día en que Begoña nos trajo a Julito, nuestro nieto. Te pusiste a llorar cuando supiste que ella le había puesto el nombre de nuestro hijo. Ese día te insufló más vida en el corazón, lo sé. Al nacimiento de nuestro primer nieto, le siguieron los demás: Pablo, Lidia, Elena y Carmen.
Te encantaba que llegase el domingo para que todos vinieran a casa. En esos momentos me mirabas y podía sentir tu alegría, aunque también podía percibir tus lágrimas por la ausencia de Julio.

Eres una mujer increíble, y he pasado contigo casi 57 años. La vida nos ha dado alegrías y nos ha dado las más terribles tristezas. No me imagino una vida sin ti. ¿Qué haría yo? Has sido lo mejor que me ha pasado. Pero ahora ha llegado mi momento. Sé que vas a ser fuerte. Que Begoña y Clara te van a ayudar a sonreír. No te olvides nunca de eso. Ya sabes que yo no me voy para siempre, que te estaré esperando. Arriba. No quiero que te des prisa. Yo mientras tanto te cuidaré lo mejor que pueda, hasta que llegue el momento en que nos volvamos a coger de la mano y saltemos al vacío de la eternidad. Te amo Inés, te amo.

2 comentarios:

CLM dijo...

peke!!!
lo prometido es deuda, y te lo dije ayer en clase k hoy te escribía algo!
es sin ningun tipo de duda el mejor relato! si esk me has hecho llorar!!! vas desgranando poco a poco , como en mi opinion todos queremos que sea nuestra vida en común con alguién!
simplemente genial
sonrie, te kiero!
una periodista!

S.Grazalema dijo...

...qué bonito!!!!!! :'(
Creo q no hace falta ser muy sensiblera para q este relato t llegue bien adentro, como en mi caso. Seguro q la mayoría d los q lean esto sienten un gusanillo por dentro...

Besitos!